Es como esa sensación que inunda tu cuerpo cuando el avión está despegando y ves las ciudades más y más pequeñas, ves las nubes resquebrajándose en cientos de pedazos y te sientes en tierra de nadie.
Te preguntas cuales son las historias de las personas que viven bajo tus pies, cuántos secretos sin desvelar ocultan todas esas casas.
Y cuanto más te elevas, cuánto más te alejas, más impersonales se van haciendo las cosas.
Más y más lejano queda todo.
Son esos momentos de soledad aérea los que te dan el tiempo suficiente como para recobrarte del dolor de dejarlo todo atrás.
De la nostalgia apremiante de los días abandonados a tus espaldas que jamás volverán.
De todas esas historias escritas y vividas que sabes que nunca se repetirán.
De esas personas que abandonas con lágrimas en los ojos y con la constante duda de no saber si volverás a ver.
De los días de descubrimientos y sentimientos que se quedan reducidos a un montón de recuerdos desordenados escondidos en un cajón perdido de tu mente.
Y esas horas en el cielo nunca son las suficientes como para hacer caso omiso de esa voz en tu interior que te grita instándote a que no cojas el puñetero avión, que lo abandones todo, que empieces una nueva vida alejada de todos y todos, ahí.
Nunca son suficientes como para poder aplacar a tus fantasmas internos que luchan por salir.
Para mitigar el dolor de dejarlo todo atrás, de perderlo todo una vez más.
Y cuando por fin pisas el suelo intentas recomponerte pieza tras pieza, intentas reorganizar tu cabeza para fingir una sonrisa, para contar lo bien que ha ido todo y lo contenta que estás de haber vuelto.
Sin embargo tras esa máscara tu corazón es como un imán que te atrae a lo prohibido, que te hace recordar una y otra vez esos días de desconexión.
Esos días en los que por fin estabas en tu lugar.
Esos días que sabes que jamás se repetirán.
Atte//: AniramBizarre
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